El día de ayer comenzaba de manera habitual, la única expectativa en mi mente era el cumpleaños 50 de mi hermano mayor. Me sentía agradecida por su vida, aunque vive a muchos kilómetros de distancia, el saberlo sano, acompañado de su familia y con la visita de mi mamá por algunas semanas en su casa para celebrarlo, me llenaban de suficiente contentamiento, como para calmar mi propio deseo de pasar con él esta celebración. Camino a la escuela, le mandamos mensaje, le recordé a mis adolescentes las efemérides del día 🙂 y logré que enviaran un audio a su tío antes de las 7 am ¡eso hacemos las super mamá! jajaja
Inmediatamente continué con la agenda diaria, hice un poco de caminata reflexiva, regresé a casa a desayunar y prepararme para acompañar a mi esposo a la oficina y organizar unos pendientes. Estaba por darme un regaderazo, cuando mi esposo me interrumpió con una noticia: una querida amiga de nuestra iglesia acababa de morir. Al momento sentí un poco de alivio por ella, pues llevaba meses batallando con una enfermedad terminal, los últimos días el dolor y el sufrimiento estaban siendo insoportables para ella, su familia y para todos aquellos que la apreciábamos. Saber que mi querida amiga por fin había dejado de sufrir, me provocó un suspiro de paz.
Llegamos a la oficina y me dispuse a comunicarme con los familiares de mi querida amiga para preguntar en qué podíamos apoyar, luego comencé a redactar el mensaje para avisar a los miembros de nuestra iglesia de su partida y el horario del servicio funeral. Al comenzar a escribir el mensaje, mi alivio por su partida se transformó en tristeza, se había ido alguien especial en mi corazón. Encontrarme con esa realidad, me recordó un poco su historia de vida, una vida no sencilla pero llena de la gracia de Dios.
Las actividades continuaron, pero en medio de qué comeríamos y organizar las actividades de nuestros hijos, estábamos preparando el funeral en memoria de mi querida amiga-dado que mi esposo es el Pastor de nuestra iglesia, sería el encargado de llevar algunas palabras de aliento a la familia-.
Por la tarde llegó el momento de despedirnos de ella, su familia aun tratando de interpretar este tiempo tan difícil que estuvieron viviendo a su lado. Fue un tiempo triste, vimos sus fotos y la recordamos a ella. Mi esposo dirigió un servicio en memoria, compartió con la familia la esperanza que proviene de la Palabra de Dios. Les abrazamos y lloramos con ellos.
Salí de ahí, un poco descompuesta, pensando, reflexionando…pero el día seguía y había que preparar la cena. Decidimos pasar al super de la esquina por un poco de pan. Al bajar del coche con los ojos hinchados y la nariz llena de mocos, me encontré de frente con un amigo que hace algunos años perdió a su pequeña de 4 años-por cierto, también le tocó a mi esposo dirigir ese tristísimo funeral-, pero ahora este amigo traía en sus brazos a un lindo niño de unos 3 años de edad. Al verlo le dije ¿y este pequeño tan guapo quién es?, inmediatamente él me contestó con una sonrisa es el hermano de… y mencionó el nombre de su pequeña que perdió hace algunos años. Mi mente no entendió enseguida la referencia pues estaba aun un poco dispersa, después del funeral de mi querida amiga. Mientras hacía la compra nos volvimos a encontrar y entonces comprendí la referencia, me acerqué, observé una vez más al pequeño y encontré un gran parecido con su bella hermanita y le dije a su papá: se parecen mucho y él me dijo, otra vez con una amplia sonrisa ¡¡sí, igual de traviesos!! Fue un alivio ver a este padre, disfrutar una vez más al lado de su hijo
Al salir del super recordé esta frase…
La danza de la vida encuentra sus comienzos en el dolor. Es la forma en que el dolor puede ser abrazado no por el deseo de sufrir, sino por el conocimiento de que algo nuevo nacerá en el dolor.Henri Nouwen
Al llegar a casa, estas palabras me ayudaron a recordar que el dolor es parte de la vida, como lo son también las alegrías. Pero el dolor suele ser algo tan profundo, que tiene el potencial de transformarnos. Por eso, necesitamos aprender a fluir con la melodía que la vida nos esté indicando. Será un allegro o será un adagio, pero ambas partes son necesarias para formar una sinfonía maravillosa.
En realidad, la sinfonía de la vida no la tocamos nosotros. Hay un autor, el Autor de la vida detrás de ella. Por supuesto, en esta sinfonía no todo puede sonar alegre, dinámico, energizante y estruendoso, son necesarias las partes lentas, los silencios, las notas tristes y los sonidos casi imperceptibles…a nosotros sólo nos toca danzar, danzar de la manera más llena de gracia que podamos con los movimientos que el Autor esté indicando.
Bailemos la danza de la vida, incorporémonos suavemente a cada movimiento y deslicémonos en armonía con la canción que esté sonando, concentrémonos en el momento. Fluye, déjate llevar, cierra los ojos, agradece ser parte de esta danza y recuerda que… ¡sólo el Autor conoce cómo suena la obra en su totalidad!
Hermosa reflexión Jenny.
Saludos
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias por leerme Toño, un abrazo
Me gustaMe gusta