La Cuantiosa Herencia

El día que mi papá murió, lo primero que hicimos mis hermanos y yo, fue revisar los álbumes de nuestra infancia, los cuales mi mamá cuidadosamente guarda en su librero.

Cada uno tratamos de encontrar una foto significativa, papá e hijo. Al verlas, reíamos y llorábamos al recordar esos flashes de nuestra vida juntos, porque como una vez escuché: cuando pierdes a un padre, no importando la edad que tengas, todos nos convertimos en niños descubriendo la orfandad.

Cuando me encontré con esta foto, sentí que no había una mejor: mi papá sosteniéndome en sus brazos, en una banca de la iglesia donde crecí, durante un servicio dominical.

Es que así fue mi infancia: iglesia y familia. Déjame aclararte algo, sí éramos una familia de iglesia, porque mi mamá era la constante, la que se apuraba porque llegáramos, la que se involucraba en la vida de la Iglesia…pero, cuando digo que esta foto representa algo profundo en mi vida y en la relación con mi papá, no me refiero a que él era un pastor o un miembro activo al servicio de la iglesia; justo en esta foto, ni siquiera podría decir que su comportamiento era el de un «buen cristiano».

Digamos que nosotros solíamos ser de las familias que llegábamos tarde a los cultos dominicales y que como se aprecia en la foto nos sentábamos atrás. Antes de llegar, y aún en el recorrido casa-iglesia frecuentemente había discusiones, si en el mejor de los casos, ese día nos acompañaba mi papá a la iglesia. Porque fueron muchos los domingos, que le tocó a mi mamá ir sola con nosotros a la iglesia, él… prefería irse a jugar beisbol con sus amigos. Sin embargo, mi mamá con su gran sabiduría, le decía: pues te vas a perder tú solo, porque los niños y yo nos vamos a la iglesia…y efectivamente así lo hacía.

Mi papá a pesar de su vida desenfrenada y alejada de Dios, guardaba un secreto: a él también lo habían llevado a la iglesia desde que era un bebé. Aun en ocasiones, me encuentro a una anciana que lo conoció en esas épocas y cada que coincidimos suelo pedirle esto: ¿me cuenta cuando mi papá era un bebé y lo llevaban a la iglesia? y ella amablemente me recuerda esa historia.

Así que, este era el contexto de mi papá, mi abuela conoció de Jesús cuando él acababa de nacer y fue invitada a una iglesia, y en esa iglesia creció él. Él era una persona carismática, platicadora y sumamente inteligente. Así que desde pequeño, constantemente participaba en las actividades especiales de la iglesia, cantando, declamando, leyendo las escrituras. Pero ese mismo carisma, lo atraía a situaciones y hábitos que no le convenían.

Mi papá creció en la iglesia, se convirtió en un joven apuesto, conoció a mi mamá en la iglesia, se casó en la iglesia, y cada uno de sus hijos fuimos presentados en la iglesia. Pero, por ocasiones no parecía que esa formación hubiese tenido mucho efecto.

Recuerdo que su vida era un santo desorden. Sin embargo en el día a día, nos daba ciertos indicadores de que algo profundo había sido sembrado en su corazón: cantaba innumerables himnos y coros cristianos al despertarse, al bañarse, al acostarse. Podíamos haber tenido un gran pleito en la cocina, pero al sentarnos a comer, nos guiaba en una oración –nuestras risas no se hacían esperar al percatarnos de nuestra irreverente religiosidad. A la hora de dormir, en ocasiones se acercaba a nosotros, nos repetía el Salmo 4:8, nos volvía a cantar un coro haciendo graciosadas y oraba por nosotros.

Sí, era una vida un poco incongruente…pero mi mamá insistía en hacer lo que era correcto ante los ojos de Dios y eso nos daba un poco de equilibrio. Fueron varios años así, su vida cada día iba siendo más desenfrenada…pero un día, como el hijo pródigo volvió en sí, se hartó de ese estilo de vida y entonces, vi a mi papá convertirse en un cristiano, más comprometido en poner en práctica todo aquello que había aprendido.

Esa etapa de mi vida, me marcó profundamente. Mi papá tuvo un encuentro con Dios, realmente no sé ni cómo sucedió, lo que sí sé es que de repente lo ví tomar en serio su relación con Dios y con la iglesia. Ya no tenía mi mamá, que ir sola con nosotros los domingos…ni los martes, ni los miércoles, ni los viernes-sí, íbamos muchas veces- a la iglesia.

Aunque llegar puntuales a la Iglesia seguía siendo nuestro desafío, ahora mi papá era parte del equipo. Participaba activamente, enseñaba, visitaba junto con mi mamá la cárcel para llevar el evangelio a los presos, se involucraba en las áreas de servicio.

Aún había discusiones en casa, conflictos por resolver, pero desde esa época nunca más vi a mi papá alcoholizado, no lo volví a ver salir de casa con sus amigos quien sabe a donde, o regresar en las madrugadas. En cambio, lo vi con más fervor orar, estudiar la biblia y adorar.

Toda la niñez de mi papá, escuchando la Palabra de Dios, cantándola, memorizándola, declamándola, dramatizándola…toda una niñez viendo a su mamá orando y leyendo la biblia…tanto tiempo oyendo sermones y enseñanzas a través de sus sabios y devotos maestros de la biblia, toda una vida siendo querido, motivado e inspirado por su anciano pastor a buscar a Dios… finalmente, dieron su fruto.

Mi papá fue un hombre bendecido, mi abuela le dejó una herencia cuantiosa al encaminarlo a Dios llevándolo a la iglesia y siendo ejemplo. Él tomó algunas malas decisiones que le dejaron consecuencias, pero la herencia, era mucho más grande y poderosa que eso.

Todos los que lo conocieron, coinciden en que vivió en un estado de gracia y así, partió también: horas antes de morir, lo visitó un viejo y querido amigo, recordaron historias de su juventud en la iglesia, rieron juntos y antes de despedirse hizo una bella oración por él. Dejó este mundo, rodeado del amor de su familia y también de la iglesia. A mi papá lo extrañamos los suyos, pero también su familia en la fe lo echa de menos. Porque él aprendió a valorar y servir a su comunidad cristiana. En los recientes años, él fue para otros, lo que otros fueron para él; cuando era un niño travieso, un adolescente inquieto o incluso un adulto insolente. Aprendió a dar, de lo que le había sido dado.

A pesar de todo, mi papá pudo dejarme esa cuantiosa herencia, que estuvo a punto de malgastar. Ahora, en estos días en que los edificios de las iglesias han tenido que cerrar sus puertas a causa de la pandemia, he escuchado que algunos niños extrañan su vida de iglesia, los entiendo perfectamente porque así fue mi niñez. Sé lo importancia que representa la iglesia en la vida de un niño: un lugar seguro, una familia enorme, un refugio, diversión, pertenencia.

Y creo que este es el tiempo, para que los padres retomemos el interés en construir una herencia cuantiosa para nuestros hijos. Debido a la crisis histórica que estamos atravesando, ahora contamos con el tiempo en casa para enseñar a nuestros hijos el amor y respeto a Dios, para hablarles de la fe, de las escrituras, de la adoración. Es un momento decisivo, para valorar el gran impacto de desarrollar una vida de iglesia, a través de la participación activa, del cuidado y del servicio.

Como padres, a veces nos esforzamos arduamente por dejar un patrimonio material a nuestros hijos. Y algo que este tiempo duramente nos está enseñando, es que lo material es más frágil de lo que imaginábamos.

Yo te animo, a que trabajemos por legar una herencia cuantiosa que permanecerá en el tiempo, que bendecirá a tus hijos y a los hijos de tus hijos hasta por mil generaciones. Es una temporada para restablecer prioridades, para retomar el camino angosto.

Basta con un padre fiel a Dios, no perfecto, pero que aún con sus propias carencias se determine a edificar en la vida de sus hijos el temor a Dios. Nunca es tarde, para ser esa clase de padre. Sí, necesitamos padres, que vayan a la iglesia, que lleven a sus hijos a la iglesia, pero sobre todo necesitamos padres que digan hasta aquí, y regresen a Dios a pesar de sus debilidades, que sean transformados por Él y le sirvan con pasión.

Permíteme terminar este día, con una poesía que le fue enseñada a mi papá, cuando era muy jovencito, por la esposa de su Pastor. Pasaron muchos años, toda una vida, pero aquello que en esa ocasión memorizó, jamás lo olvidó y en su corazón se enraizó. Hoy es parte del legado que me dejó, la fe en Dios y la vida de iglesia. Es la herencia que atesoro, la que me mantiene firme en las dificultades y confiada en el porvenir.

A sus «sesenta y tantos» me la recitó, sin verla en ningún papel, sólo cerraba sus ojos y en algún lugar de ese maravilloso cerebro, ahí la encontraba. La recitó, sin olvidar ninguna de sus palabras, cada estrofa fue dicha con el énfasis perfecto. Me alegro en ese momento de haberla escrito, y tenerla aún, no sólo en documento, sino en lo más profundo de mis recuerdos.

Hoy la escribo aquí, con la esperanza de que continúe transmitiéndose a mis generaciones. Y espero sinceramente, que esta historia de mi padre, pueda inspirarte papá o mamá, o futuro papá o mamá, a vivir en la abundancia y profundidad de la Gracia. A comprender, que siempre hay oportunidad de tomar el camino correcto y que siempre hay bendición, cuando lo caminas en constancia y devoción.

Esta es la temporada, de abandonar la superficialidad y estar dispuesto a tomar decisiones firmes, que tal vez te cuesten renuncia y sacrificio, pero ladrillo a ladrillo podrás ver como estás construyendo un imperio que no se destruirá, un patrimonio que dará refugio a tus hijos cuando tú ya no estés, un bien preciado que dará sentido e identidad a tus nietos, un legado que brindará seguridad a tus bisnietos, un tesoro que dará dicha y propósito a tu tataranietos. ¡¡Sí, vamos, decidámonos a luchar por legar: la más cuantiosa herencia!!

LA BIBLIA

Adolfo Robleto

¿Qué es la biblia?

Es la luz del mismo Dios soberano es la carta del arcano

y la espada de Jesús


vivo espejo de la cruz, manantial de vida y ciencia,


libro de mundial influencia que al leerlo con fruición,


purifica el corazón y alumbra la conciencia

Libro eterno, libro santo, libro de gloria inmortal,


es su origen celestial y de Dios sublime canto,

habla de risa y también de llanto,

habla de gozo y también tristeza


Dios en ella nos expresa su poder y santidad,


de su ser la eternidad y de su amor la grandeza

El mismo Dios es su autor aunque muchos la escribieron,


inspirados todos fueron del más vivo y santo ardor,


Rut nos habla del amor, en una tierna y bella canción,


y nos causa admiración de Daniel las profecías,


y si llora Jeremías, ríe el sabio Salomón

¿Quién es ese que descuella por tener ardiente celo,


por parecer que del cielo robó el fulgor a una estrella?


¿Quién es, porque en lengua bella habla tanto del Mesías,


y tienen sus profecías de cadencioso y angélico?


Es el profeta evangélico, el visionario Isaías

Y ese anciano venerable que conduce a Israel,

a la tierra do la miel, es tan rica y saludable,

es el ser infatigable, nunca dado a la doblez,


decidme, oh Biblia ¿quién es, y en do su nombre se esconde?


y el pentateuco responde, el victorioso Moisés.

Trece epístolas tenemos que San Pablo nos legó,


doctrinas allí escribió que con gozo hoy aprendemos,


cuantas veces las leemos nos llenamos de emoción,


y se siente el corazón con deseos de vivir vida santa

y así ir a la célica mansión

Ella nos da la razón, de que el hombre hoy necesita

de la dádiva bendita,

poner en la cruz su vida para obtener el perdón

Y este cántico sublime, este poema de amor,

tiene por tema al Señor,

que con su sangre redime a cualquiera que aproxime, su transido corazón

¡ Oh, que libro tan hermoso ! ¡ Oh, que libro tan perfecto !

Cúmplelo y serás correcto, léelo y serás dichoso,

sus letras destilan gozo, su mensaje es el amor,

es la joya del Creador, del Invicto Jehová

siempre ha sido y será, de los libros: el Mejor

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