Esta era la frase con la que Doña Amada amablemente nos despedía cada noche que íbamos en familia a cenar a la sala de su casa. ¡Ja, ja, sí! se lee gracioso, pero en nuestro país, existen sencillos lugares de comida dentro de los hogares de las personas.
A mi familia y a mi, nos encantaba ir a cenar «antojitos veracruzanos» con Amada, su esposo Pepe nos atendía como si fuésemos alguien importante, solía decirme siéntese por aquí Srita. Jenny, gesto que para una niña de aproximadamente unos 6 años la hacía sentir como una auténtica princesa. Pepe, sabía que me encantaba comer queso y traviesamente cortaba un pedazo de una gran bola de queso ranchero y me lo daba como snack en lo que esperaba mi orden.
Me recuerdo sentada en su mesa de comedor y con los ojos de una niña observar todo: Amada, cocinaba en un hermoso anafre que ocupaba el centro de su sala, a un lado tenía una mesa pequeña con toda clase de exquisitos ingredientes regionales: masa de maíz, plátanos machos, frijoles con aguacatillo, crema de leche fresca, queso rallado, cebolla envinagrada, huitlacoche, flor de calabaza, epazote, exquisitas salsas de tomate, ranchera y una picosísima y deliciosa salsa verde.
Los ayudantes iban y venían, limpiaban, atendían, ayudaban a freír, todos ellos eran familia: algunos sobrinos, sobrinas y Chabe, la hija del matrimonio. Chabe estudiaba para ser doctora en el día, pero en las noches ayudaba a su mamá a preparar las delicias que ahí se cocinaban: gorditas, papas preparadas-mis favoritas, empanadas, tostadas, locas y superlocas-eran una especie de quesadillas que en su interior llevaban muuuucho chile. Era un lugar típico de nuestra cultura, olía a México, sabía a Veracruz y era uno de esos lugares fantásticos que a mi papá le encantaba descubrir y compartir con la familia y amigos. Hoy, tengo registrado en mi memoria ese lugar a la perfección, podría describirte el simpático cuadro que colgaba en la pared, el tipo de mantel, el sonido que hacían los dispensadores de salsa, los platos y los vasos que ahí se usaban. Sobre todo recuerdo a mi papá levantarse a pagar la cuenta, despedirse y escuchar claramente la voz de Amada decir: Adiós Sr. Lagunes…¡¡que le vaya bonito!!
¿Sabes? no hay selfies, fotos ni videos de esos momentos. Pero no hacen falta, hoy tengo 43 años, han pasado más de 35 y nada ha borrado ni las imágenes, ni las sensaciones de esos lindos tiempos en familia. Era una salida sencilla, cotidiana, pero representaba un hermoso tiempo juntos.
En estos tiempos, me sorprendo a mí misma queriendo documentar en fotos y videos cada momento de mi vida o familia, creo que no soy estoy sola en esto, ¿o sí?. Amo, ver los recuerdos que Facebook me envía cada día, me gusta ver fotos para recordar, sacar videos y divertirnos al observar el pasar de los años. Pero las memorias de la vida, van más allá de lo que se puede documentar. Y las memorias importantes en la vida de los hijos quizá no sean para ellos, las que nosotros nos esforzamos en archivar.
Están bien las fotos y los videos, los celulares atascados de imágenes, los álbumes familiares. Sin embargo, hay recuerdos más trascendentes que se anidarán en la memoria de nuestras almas. Hablo de los bonitos, en otro momento podríamos platicar de los otros. Pero hoy te hablo, de esos que la mente selecciona como muy gratos, y en momentos especiales o aleatorios los conecta a una sensación, a un aroma, a una frase. Memorias que nos dan identidad, que nos producen alivio en momentos de tensión, que nos conectan con los que ya no están, que nos dan arraigo y nos brindan seguridad.
Papás, probablemente esos recuerdos poderosos, no consisten en algunas de las fotos superficiales que constantemente estamos capturando. Las imágenes que se impregnan en el alma, tienden a producirse en el laboratorio de la vida diaria, en el loco ir y venir o aún en el confinamiento; estas memorias se gestan en el ser, en el hogar, en la familia, en nuestros encuentros no planeados, en nuestras rutinas, en nuestros momentos alegres no organizados. Ahí el alma identifica y sabiamente archiva en la memoria interna, el documento que trascenderá a los años y a las circunstancias pero que se mantendrá disponible para cuando el alma inquieta, perdida o confundida necesite alivio, paz, estabilidad y ubicación.
Bonita mañana
Jarabe de Palo
Bonito lugar
Bonita la cama
Qué bien se ve el mar
Bonito es el día
Y acaba de empezar
Bonita la vida
Respira, respira, respira
Sólo necesitamos vivir, procurar vivir el hoy con intensidad, con plenitud, con agradecimiento. Preocuparnos menos, por crear los momentos, esforzarnos menos por obtener el entorno ideal para crear el recuerdo perfecto. Quizá sólo tenemos que esforzarnos por ser, por estar, por compartir, por reír, por cantar, por disfrutar, por querer, por saborear, por platicar, por mirarnos continuamente a los ojos y dejar al alma hacer su sabia selección.
Me despido por hoy, deseándote que a ti también te vaya bonito, muy bonito, tan bonito, que cada vez que tú o los tuyos cierren sus ojos en busca de identidad, dirección o reposo… haya por ahí un recuerdo poderoso que salte presuroso del álbum de su corazón, e inmediatamente les afirme ¡Cuan bienaventurados son!
Jenny, hace un par de días platicamos Velia y yo acerca de momentos importantes que hemos vivido desde hace muchos años y la conveniencia de dejar por escrito ✍️ aquellos recuerdos imborrables (bueno, antes de que se borren o los olvidemos por completo). Aunque no tengo el don de escribir de la manera en que tú lo haces, tú blog me está animando a iniciar algo parecido. Quizá no sea público, pero que sirva para que esas vivencias no se pierdan. Te mandamos un beso y un abrazo desde Dan Miguel de Allende, Gto.
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